Innovación: acción y efecto de innovar. Proceso sistemático de mejora de un producto o servicio que incorpora alguna modificación en relación con los preexistentes.
La palabra innovación está de moda, todo el mundo habla de ello y en los medios aparece de forma permanente vinculada a la investigación, el desarrollo, la competitividad y la productividad.
En casi todos los ámbitos de actividad económica, social, cultural, científica y tecnológica se habla de innovación como un factor estratégico para el éxito de las organizaciones. «Innovar o morir» parece un lema de nuestra sociedad,en la que impera la velocidad en el consumo de información y la gestión de datos.
No es raro (de hecho, podríamos decir que es bastante comprensible, fruto de la presión en el entorno social y tecnológico) que esta «enfermedad por la innovación» haya llegado también a la esfera educativa.
Del pasado al futuro
Si tenemos en cuenta la descripción terminológica del concepto «innovación» que anunciábamos al principio de estas líneas, podríamos llegar a la conclusión de que innovar no significa crear algo nuevo. Innovar implica cambiar sobre algo que ya existe.
La educación en Cataluña tiene una larga tradición de renovación pedagógica y de espíritu innovador. Las conversaciones pedagógicas de los inicios del siglo xx, los movimientos de renovación pedagógica vinculados al planteamiento de la nueva escuela o la escuela activa, la aparición de las escuelas de verano,etc., son algunos ejemplos de este espíritu de maestros y profesores que hace ya más de cien años se planteaban una manera diferente de enseñar y concebir la escuela.
«Implicación activa del propio proceso de aprendizaje»; «Proporcionar estrategias propias de aprendizaje»; «El profesional de la educación visto como un asesor y facilitador, no como un transmisor de contenidos»; «Aprendizaje colaborativo y cooperativo, no competitivo ni productivo»; «Valoración a través de la evolución personal: evaluación competencial»; «Inclusión: cuando la diversidad se convierte en normalidad»…
Si leemos estas afirmaciones podríamos deducir que han sido fruto de las nuevas líneas pedagógicas del siglo xxi. De las ideas emergentes de ilustres pedagogos y pedagogas que piensan en propuestas creativas y futuristas de lo que debe ser la educación y la escuela del futuro. Nada más alejado de la realidad: estas y otras muchas reflexiones se hacen a raíz del pensamiento del pasado que recuperamos hoy. Muy a menudo, lo que planteamos como «innovación» no es más que una reconstrucción. No inventamos; revivimos y damos nuevo valor, nuevo vigor, nueva fuerza. Y eso no es malo, pero debemos pensar bien dequé recursos disponemos y qué objetivo tenemos cuando planteamos un cambio.
Entonces, ¿qué representa hacer innovación pedagógica?
En los últimos años hemos vuelto a centrar la importancia en el proceso de aprendizaje (más que en los contenidos) y en las emociones positivas que lo regulan, el papel de la motivación y la necesidad de la experiencia o la implicación activa con el fin de asegurar su recuerdo a largo plazo, así como la estimulación de la creatividad.
El centro educativo debe dar respuesta a las necesidades del contexto actual y potenciar un aprendizaje activo. Por suerte, son muchos los que han vuelto a iniciar procesos de reflexión sobre la calidad de la educación que ofrecen. Estas iniciativas modifican aspectos estructurales, también haciendo referencia a características organizativas, curriculares y metodológicas o didácticas.
Estos avances definen un aprendizaje basado más en la calidad que en la cantidad; así, la escuela experimenta una transformación que desplaza el protagonismo hacia el aprendiz, en un espacio inclusivo, con un profesorado competente en aspectos de organización curricular y planificación pedagógica.
Conceptos como cooperativo, personalizado, significativo, competencial, centrado en el alumnado, etc., pretenden definir el punto fuerte del aprendizaje. Por otro lado, los espacios educativos deben ser inclusivos, evaluadores de procesos, vinculados con el entorno y generadores de cultura.
Concluyendo:
Entendemos por innovación educativa un proceso planificado de cambio y renovación en tres ámbitos de actuación (metodologías y recursos; organización y gestión,y relación con el entorno) que se fundamenta en la búsqueda (parte de preguntas y busca respuestas), que responde a la evolución social, conduce a obtener una mejora en la calidad del sistema educativo y puede ser transferible al resto de centros educativos.
Releíamos hace poco, y queríamos vincularlo con estas reflexiones sobre cambios, innovaciones y reconstrucciones, una frase de Alvin Toffler, escritor visionario y promotor de la renovación tecnológica, que decía:»Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender».
Así pues, no nos dejemos deslumbrar por propuestas genuinas y métodos infalibles. Motivémonos por la capacidad propia, como agentes educativos y de cambio, para re-crear, re-inventar y re-ajustar, centrando la mirada en aquellos que tenemos delante.