Anna Bayo
¿Me quiere o no me quiere? Gestionando el amor adolescente
En otras ocasiones hemos descrito la adolescencia como la etapa de cambio y diferenciación entre padres e hijos. Aparecen nuevos referentes que ponen en duda y cuestionan los valores y los modelos vigentes hasta entonces. Es el momento en que, seguramente, se reorganiza su sistema de relaciones. Cambian los gustos, los intereses, las inquietudes. Se descubre y experimenta y, muy probablemente, aparece el amor romántico como una nueva forma de expresarse y de sentir. ¿Debemos tener miedo de estas nuevas formas de relacionarse?
El amor adolescente. ¿Por qué es tan importante?
Seguro que todos y todas recordamos el primer amor que, correspondido o no, tiene un gran impacto emocional. La aparición de la atracción sexual y el deseo de compartir ratos a solas con el otro desencadenan nuevos tipos de relaciones con un nivel más alto de intimidad. Se intercambian emociones y sentimientos y pueden aparecer estados de nerviosismo, alteración, exaltación… Se vive de forma extremadamente intensa. En el amor adolescente hay implícitas muchas inquietudes:
– Inquietudes sobre sí mismos: hay más conciencia del propio yo. Es el momento en el que se conecta con lo que somos y hacia dónde estamos avanzando.
– Inquietudes sobre su manera de relacionarse con los demás: nacen nuevos intereses, sociales, afectivos y sexuales.
– Inquietudes sobre el futuro: se toma conciencia del paso del tiempo y se proyecta lo que se quiere o lo que se busca.
– Inquietudes sobre los sentimientos: además del “amor”, hay sentimientos de amistad, aprecio, admiración, lealtad… Muchos de estos son nuevos o se viven de un modo más intenso.
En general, cuando los adolescentes hablan de amor, hablan sobre todo del enamoramiento, de la atracción, del desamor, de pérdidas y de frustración.
¿Y cómo lo gestionamos como padres?
Es normal que durante este momento el inicio de las relaciones afectivas sea uno de los aspectos que como padres nos generen más dolores de cabeza. Que tengan cuidado, que no sufran o que no les hagan daño son muchos de los pensamientos recurrentes. Partir de la premisa de establecer espacios de diálogo donde poder hablar desde la honestidad y la sinceridad es básico para generar climas relajados que mejoren la comunicación con nuestros hijos. Es importante introducir el tema, abordarlo, ya que no siempre podemos esperar que los chicos y las chicas pregunten o expliquen de manera espontánea. Escuchar opiniones, fomentar una actitud crítica ante los diferentes tipos de situaciones, no juzgar ni subestimar, ni hacer burla de sus sentimientos. Mostrarnos respetuosos con su intimidad y su privacidad. Si les dejamos expresarse y tenemos en cuenta lo que sienten y cómo lo sienten seguramente será más fácil que quieran compartir su alegría y también su preocupación. Es normal que haya muchos cambios también en las parejas jóvenes. Este hecho no significa que el dolor ante las rupturas y las pérdidas no sea real. Como adultos, ante esta variabilidad, podemos pensar que estas relaciones son versátiles, inconsistentes y volubles. No despreciemos este dolor. Ayudaremos mucho más si nos tomamos en serio las situaciones, escuchamos activamente y ayudamos y acompañamos a la relativización de las emociones.
¿Y si no nos gusta la pareja que han elegido nuestros hijos?
Es posible que haya relaciones que no nos gusten y nos provoquen desconfianza. En estos casos podemos considerar algunos aspectos:
– Conocer mejor a la pareja de mi hijo/a. Hacer un esfuerzo para no dejarnos guiar por las primeras impresiones.
– Tener claro que no se trata de nuestra pareja, sino la que han elegido nuestros hijos. No es con nosotros con quien tienen que pasar y compartir ratos.
– Ser cuidadosos a la hora de dar nuestras opiniones. Antes de decir que no nos gusta debemos tener claros cuáles son los motivos y las razones que hacen que no nos guste. Aun así, debemos intentar mostrarnos respetuosos ante sus decisiones.
– Intervenir sólo en casos extremos, solo en el caso de que seamos plenamente conscientes de que la relación es perjudicial.
El mundo de los sentimientos es complejo y delicado, y más si hablamos de amor. Que los jóvenes se enamoren y se desenamoren es una realidad que como padres y madres tenemos que aceptar y, cuando llega, trabajar para intentar generar relaciones saludables.
Aprovechemos su experiencia para revivir también nuestro primer amor, quizás así podemos empatizar con la idea de que no siempre hemos sido padres. Recordemos nuestra adolescencia y el hecho de que también nos hemos enamorado por primera vez, hemos tenido que gestionar y sufrir esta ola de emociones con nuestra familia y, actualmente, seguro que recordamos aquellas primeras experiencias con una sonrisa.