Anna Bayo
No es la primera vez que oímos que nuestros alumnos, sobre todo los adolescentes, están desmotivados, desencantados, no les interesa lo que aprenden… ¿Es verdad? ¿Juega un papel tan importante la motivación en el éxito o el fracaso escolar? Y si es así, ¿cómo podemos remotivar y quién es el responsable? ¿Sabemos identificar las señales de alerta?
Debemos asumir que aprender es una actividad compleja que exige un compromiso activo por ambas partes que interactúan. También debemos tener en cuenta que la imagen que tienen las personas sobre sí mismas en relación con su competencia y capacidad tiene un efecto brutal en la voluntad de generar un nuevo aprendizaje. El éxito alimenta la motivación, y la motivación facilita la obtención del éxito. El fracaso, en cambio, reduce la motivación y conduce inevitablemente al fracaso. Así pues, parece que estamos ante un pez que se muerde la cola…
Empezamos por el principio: ¿qué es la motivación? ¿Y por qué es tan importante para el aprendizaje?
Una definición globalizadora de motivación es la que nos proponen Morgan, King y Robinson (1979): “La motivación incluye tres aspectos: 1) Un estado impulsor dentro del organismo que se activa por necesidades corporales, estímulos ambientales o eventos mentales como pensamientos o recuerdos; 2) La conducta activada y dirigida por este estado, y 3) La meta hacia la que se dirige dicha conducta”.
Podríamos decir que depende de las circunstancias y del momento. Está relacionada con los intereses o la implicación; se trata, pues, de un fenómeno personal.
Debemos tener en cuenta también que existen diferentes estilos de motivación que están directamente implicadas con el aprendizaje:
Biggs y Moore (1993) describen cuatro categorías: a) extrínseca, se realiza como consecuencia del refuerzo positivo o negativo y es básica para el aprendizaje superficial; b) social, donde está marcada por la influencia de la persona que creó el motivo (padre, compañero o docente) y la naturaleza del proceso; c) de finalidad, aprender por el objetivo de pasar un examen o conseguir un trabajo, y d) intrínseca, que está relacionada con los aprendizajes profundos e implica un compromiso personal.
Dale H. Schunk (1996) es uno de los autores que más ha estudiado la autoeficacia académica y la motivación en el ámbito de la educación. Nos hace reflexionar sobre la orientación de metas, es decir, la tendencia a proponerse determinados tipos de objetivos en las tareas. Describe dos tipos: el orientado al propio yo (u orientado hacia los resultados) y el orientado a la tarea (es decir, hacia el dominio o el aprendizaje). En el orientado hacia los resultados busca, de algún modo, la competición, superar o ganar a los demás. En cambio, en la orientación hacia la tarea se busca la autosuperación o la mejora en las habilidades anteriores.
Admitamos, pues, que la motivación juega un papel clave en los procesos de adquisición de los aprendizajes, ya que está relacionada con el establecimiento de objetivos, la voluntad para aprender, el autoconcepto y las conductas que se generan para lograr las tareas académicas.
Durante muchos años se ha pensado que las recompensas y los refuerzos pueden ser herramientas motivadoras. ¿Quién no ha intentado ganarse el interés de los chicos proponiendo un sistema de premios o concursos con rankings para definir quién es el mejor de la clase? Debemos tener en cuenta, sin embargo, que según este criterio estamos incentivando tan sólo un tipo de motivación, la centrada en la obtención de resultados, utilizando métodos extrínsecos, lejos del autoconocimiento y la autosuperación. Sería utópico pensar que todos aprenderemos y nos motivaremos de forma intrínseca, centrándonos en el propio aprendizaje, pero lo cierto es que como educadores debemos trabajar para incentivarla.
Así pues, ¿cómo mejoramos o incentivamos la motivación intrínseca de nuestros alumnos?
Motivar es una tarea compleja; los niños y los jóvenes necesitan saber para qué razón están aprendiendo y qué provecho sacarán. Algunas orientaciones para mejorar la motivación intrínseca y la eficacia de nuestros alumnos pueden ser:
– Utilizar el aprendizaje cooperativo en lugar del aprendizaje competitivo.
– Proponer tareas interesantes que estimulen la curiosidad, las capacidades cognitivas, la creatividad y la opinión crítica de los alumnos.
– Reconocer el esfuerzo y el trabajo bien hecho. Proporcionar una retroalimentación y feedbacks de los aprendizajes que se van adquiriendo.
– Promover la imagen de uno mismo como aprendiz. Identificar las habilidades propias de cada alumno y potenciarlas para ayudar a saber identificar su papel dentro del grupo.
– Dar y generar métodos de trabajo, tanto en clase como en casa. Si los alumnos saben cómo estudiar una lección, cómo hacer un esquema o cómo resolver un ejercicio de matemáticas ganan tiempo y por tanto generamos sensaciones de autonomía
y eficacia.
– Enseñar a fijar metas y objetivos individualizados, realistas y a corto plazo.
– Desarrollar el concepto de autoconfianza. Tener en cuenta cuáles son sus miedos y las inquietudes y trabajar de forma constructiva y progresiva, a fin de que no sean bloqueos que les impidan alcanzar retos cotidianos. De esta manera generamos estados de autosuperación y éxito personal.
– Fomentar el uso del pensamiento estratégico. Generar estrategias de aprendizaje propias, que puedan ser aplicables tanto en la resolución de problemas como en el estudio.
– Encontrar espacios y dar herramientas para desarrollar las habilidades de expresión, tanto orales como escritas. Invitarles a expresarse para que se puedan generar más posibilidades de conocimiento, entre ellos y con los adultos.
– Proporcionar herramientas de autoconocimiento y de funcionamiento en el aprendizaje que les hagan reflexionar sobre su aprendizaje. Esto les permitirá sentirse más seguros y por tanto fomentamos su motivación.
Cualquier persona necesita encontrar su propia motivación, su “motor interno”, y en el caso de nuestros alumnos, también necesitan saber cuál es su rol, la presencia que tienen dentro del grupo. Un alumno se siente motivado cuando puede responder autónomamente: ¿por qué?, ¿para qué? y ¿cómo? Tener claras cuáles son las razones, para qué fin, con qué método y con quién pasa 7 horas diarias en la escuela. La aportación fundamental de los profesionales de la educación en relación con la motivación y el aprendizaje se encuentra en intentar dar respuesta a esta múltiple pregunta.