Describir una situación, un comportamiento, una respuesta comenzando con una frase negativa y posteriormente hacer un uso categórico de un verbo como ser puede darnos una visión inamovible de alguien, sobre todo si no tenemos en cuenta que una persona de entrada no “es así”: el hecho de actuar de una determinada manera no significa que sea de esta determinada manera. Las personas actuamos en un momento determinado, en una situación determinada y de una manera determinada. Deberíamos poder enfocar la mirada a toda esta complejidad.
Utilizar un discurso que resuma globalmente, incluso a veces con la mejor intención, los sucesos, las progresiones y la personalidad de una persona puede ofrecernos una visión sesgada de esta persona. Deberíamos intentar pensar en todo lo que queda afectado al dar esta opinión, así como pensar en el “para qué” lo hacemos.
La narrativa que se genera puede tener mucho poder dependiendo de quién se apodere de ella, como podemos observar a diario en los medios de comunicación, donde todos quieren apoderarse de la posverdad, o la ya llamada verdad de la emoción. Asumiendo este poder nos gustaría reflexionar sobre cómo una narrativa, nuestra narrativa individual o colectiva está relacionada con las expectativas que tendrá la persona que la recibe respecto a quien se describe. Desde una perspectiva del construccionismo social, haciendo un metaanálisis de las narrativas y utilizando aspectos de la terapia narrativa, podemos hacernos conscientes de que el relato de la realidad es importante, una construcción propia y con la que se pueden construir diferentes versiones de una misma realidad.
Es interesante apuntar que esta noción posmoderna de la realidad se hace a través del lenguaje, y deberíamos ser conscientes de ello. Pero para ponernos en situación y dar un contenido teórico a esta visión de la narrativa desde el punto de vista de la complejidad podemos revisar los principios de la terapia narrativa y acercarlos a nuestro contexto profesional.
De acuerdo con los postulados de la innovación educativa se entiende al profesional docente como alguien que no tiene una posición tan jerárquica, sino más colaborativa y que adopta una posición donde se tienen en cuenta los sistemas de creencias y los modelos culturales tanto de los alumnos como de las familias y del resto de diferentes compañeros de profesión. La forma peculiar de cada individuo, familia y/o colectivo de dar sentido a su realidad surge en el espacio social a partir de nuestras ideologías y los modelos sociales predominantes (Sluzki, 1998; 2006).
Ante este planteamiento podemos observar si algunas dinámicas de trabajo planteadas en otros entornos pueden ser útiles; por ejemplo, si tomamos como referencia el trabajo de Tom Andersen y sus prácticas reflexivas (Andersen, 1994; Friedman; 1995) y las llevamos al terreno educativo cabe preguntarse si los alumnos alguna vez han tenido la posibilidad de escuchar y observar al equipo de docentes mientras hablan sobre ellos. Quizás en esta observación cabría la posibilidad de crear entornos de trabajo transparentes, colaborativos y abiertos a múltiples perspectivas (Moreno, 2014) y, en la línea de lo que se ha escrito hasta ahora, hacer que se creen narrativas diferentes a las que los propios alumnos tienen de ellos mismos y de las que tiene sobre ellos el equipo docente. Este planteamiento se hace con la premisa de que la voluntad es buena en ambos sentido y se busca el crecimiento de todas las partes implicadas.
Con esta ventana que le dejamos entreabierta queremos atrapar su curiosidad por saber más, explorarnos a nosotros mismos como profesionales que tratamos con personas. Cuando narramos una historia siempre añadimos una parte de nosotros mismos. El hecho de ser conscientes de estos hechos, así como de las repercusiones que tendrá en los otros, nos llevará a construir una arquitectura del diálogo desde donde narrar y escuchar tendrá una dimensión más compleja.