Por: Anna Bayo – Edgar González
“Intimidad; disposición favorable y mantenida en el tiempo, consciente o inconsciente, por un tipo específico de experiencia interpersonal basada en la calidez, la proximidad y un alto grado de comunicación con uno u otros”.
McAdams y Powers
Las primeras relaciones de intimidad se inician dentro de la familia. A medida que los niños van creciendo se van redefiniendo los espacios de intimidad que establecemos para poder alcanzar una buena diferenciación entre padres e hijos. En las primeras etapas de la vida, la intimidad puede ser entendida como una vinculación de amor entre personas, donde cuidamos el uno del otro. En tanto que las relaciones van cambiando, de forma inevitable, con el paso de una etapa a otra del ciclo vital, las debemos considerar también como una expresión conductual, donde la individualización y la privacidad ganan terreno. Si queremos llegar a tener un sistema familiar saludable y establecer unas relaciones funcionales tendremos que poner la mirada en aquellos aspectos que nos pueden ayudar a mejorar nuestra intimidad dentro de la familia.
En casa, el tiempo que pasamos en familia es importante, todos lo sabemos. Los ratos a solas con el padre o la madre cocinando el arroz del domingo, en los espacios de juego o en el coche con toda la familia son algunos ejemplos. No sólo depende de la cantidad, sino también de la calidad. Estas formas de relación son las que aprendemos en el día a día, que formarán parte de nuestras vivencias y lo que vamos a buscar con nuestra pareja, futura familia o en la propia intimidad.
En estos espacios de intimidad familiar, la comunicación es otro de los aspectos clave. Un tótem en comunicación como Watzlawick afirma que “es imposible no comunicar”. Esto se traduce en que no sólo nuestras palabras, también los signos arbitrarios y el lenguaje corporal dicen cosas a los demás. Lo que queremos transmitir aparece en los diálogos del día a día, y cuando esta comunicación no es sostenida y cotidiana se puede caracterizar por ser extrema, superficial o agónica. Por eso es importante escuchar, dejar espacio para los silencios y también por la emoción. Estas emociones pueden ser compartidas si en la familia hay una escucha activa que permite empatizar y respetar lo que sienten todos, facilitando un clima de unión y seguridad óptimo para poder vivir juntos tanto las alegrías como las inquietudes. Compartir las experiencias y las preocupaciones con los diferentes miembros de la familia nos ayudará a crear espacios de sinceridad y confianza.
Las relaciones necesitan de tiempo y comunicación, y para ello nos hemos de sentir con libertad para decidir cuáles son nuestros espacios íntimos necesarios. Pasar de estudiar con los padres a encerrarse en la habitación para hacerlo solo forma parte de la necesidad de crear los propios ambientes de intimidad. Estos espacios pueden no ser compartidos y hay que respetarlos y ser flexibles. Cuando nos sentimos libres de decidirlos facilitamos los procesos de diferenciación e individualización. Sólo en espacios de libertad plural existirá la libertad individual.
A la familia le dedicamos amor y tiempo; mediante la confianza, la sinceridad y la comunicación posibilitamos el crecimiento de cada uno de sus miembros y facilitamos la creación de espacios de intimidad que permitirán construir unas relaciones funcionales y establecer un sistema familiar saludable.