Edgar González
El estudio de los problemas de aprendizaje es relativamente nuevo y una realidad en nuestra sociedad, y en él intervienen disciplinas como la logopedia, la psicología y la pedagogía. Debemos tener claro que estamos ante una perspectiva con disciplinas que están a caballo entre las ciencias de la salud y las ciencias sociales. Esta realidad nos plantea que las intervenciones en las dificultades de aprendizaje se pueden articular de forma subjetiva, neurofuncional y cognitiva, lo que determina la posibilidad de intercambios con diferentes objetos del conocimiento.
Las dificultades de aprendizaje pueden responder a causas externas, como la estructura familiar e individual de quien fracasa al aprender, o internas (síntoma o inhibición). No existe una única causa ni situaciones determinadas en el proceso de aprendizaje. Los problemas de aprendizaje ponen en evidencia la necesaria interrelación de los niveles orgánicos, corporal, intelectual, expectante y de contexto institucional (Alicia Fernández, 1999) en las intervenciones.
La toma de decisiones en las intervenciones y en la utilización de un método u otro no deben partir de una actitud arbitraria. Deberían tener una confirmación empírica, y en eso buscamos una práctica basada en la evidencia (PBE) donde exista una relación entre la investigación y la práctica. Este es un concepto que proviene de la práctica médica. Tomando la definición de Sackett et al. (1996) y llevándola a nuestro contexto, la podemos dejar en “el uso consciente, explícito y juicioso de la evidencia más actual y vigente en la toma de decisiones en la atención individual de los niños y jóvenes”. Citando también a G. Aguado y J. Ripoll (2016), también debemos incluir la experiencia personal. Ante la experiencia del propio contexto podemos decidir si la práctica puede ser aplicable o apropiada.
Previamente y conjuntamente con la práctica creemos que es importante conocer la naturaleza de los trastornos y los procesos que pueden estar implicados en sus intervenciones terapéuticas.
Todo esto nos lleva a que en nuestra realidad cotidiana debamos buscar investigaciones que respondan a nuestras preocupaciones. La propia búsqueda y lectura ya nos mueve a un ejercicio de reflexión, y debemos tener una actitud crítica ante nuestra práctica profesional. En esta constante búsqueda podemos dirigirnos a instituciones como What Works, American Speech and Hearing Association (ASHA), Institute of Education Science Find That Works! American Academy of Pediatrics, Best Evidence Encyclopedia y Cochrane.
Asimismo, defendemos la propuesta de generar investigación ante la propia práctica, aprovechando contextos como el nuestro. Estos estudios pueden ser mucho más cercanos teniendo en cuenta el contexto, el entorno y las características de los niños y jóvenes.
Tampoco debemos perder de vista que el profesional que va a realizar la intervención tiene un papel clave en todo proceso terapéutico y de aprendizaje. Montfort (2014) nos hace reflexionar sobre las características del profesional que hará la práctica y que también se deben tener en cuenta: su creatividad, implicación personal, energía, capacidad de generar confianza y habilidades sociales. Estas, aunque estén fuera de cuantificación, son variables que influirán. Actitud, habilidad comunicativa y didáctica del terapeuta son tan importantes como la metodología empleada.
Todos estos aspectos nos deben distinguir como centro de logopedia, psicología y pedagogía, y marcan un rasgo distintivo en nuestra práctica e intervención.