Por: Marta Santarén
María tiene 9 años y no presta atención en clase, está preocupada. La capa de ozono, los animales en peligro de extinción y la financiación de la NASA le quitan el protagonismo a la clase de matemáticas. María sabe que si no protegemos a una especie animal, ésta desaparecerá, y que sus hijos no lo llegarán a conocer. Piensa en todo esto hasta que le llaman la atención, de nuevo.
Los alumnos con altas capacidades intelectuales (superdotados y talentosos en su forma de expresión más habitual) aprenden a ritmos más rápidos y en niveles más elevados de comprensión que los otros estudiantes. A veces, este aprendizaje se puede focalizar en una o varias áreas curriculares y, en otros casos, son estudiantes más creativos o más artísticos que sus compañeros de clase, o demuestran competencias para la excelencia en liderazgo y relaciones interpersonales.
La preocupación por el abordaje escolar de estos alumnos es un tema que abordan y desborda a los diferentes agentes psicoeducativos implicados. Los alumnos talentosos requieren retos y propuestas que les permitan poner en juego sus habilidades, y ponerse a prueba ellos mismos. La vivencia sucesiva de situaciones de aprendizaje que son superadas con escaso, e incluso, sin ningún esfuerzo, generan niveles de baja motivación importantes poniendo en riesgo la participación activa en las actividades de la clase. Los maestros detectan este bajo nivel de compromiso del alumno, que a menudo esconde su competencia cognitiva.
Los expertos proponen respuestas educativas como currículos interdisciplinarios, aprendizaje basado en la acción y la experimentación, aprendizaje cooperativo, grupos con horarios flexibles y atención al proceso de aprendizaje más que a los propios contenidos. Esta nueva forma de entender las relaciones entre el alumno y el maestro de forma más horizontal, donde el profesor acompaña su alumno, requiere cambios más profundos que los asociados propiamente al organigrama escolar. La identificación de estas necesidades educativas requiere que el concepto del desarrollo del talento sea comprendido por parte de los estudiantes, padres, profesores y administradores, y, sin embargo, son pocas las acciones educativas sistemáticas iniciadas con este fin. Todas las miradas se ponen encima del centro escolar, y por extensión, del docente, pero ¿les estamos ofreciendo las herramientas suficientes para atender a estos alumnos? La financiación para la formación de los maestros y la respuesta social y política para su empoderamiento son propuestas consideradas utópicas y caras, pero ¿qué precio pagamos al perder ese capital humano?
Volvemos con María: imaginamos que se le permite seleccionar libros avanzados a su edad sobre astronomía, que puede reunirse tres tardes al mes con un experto local en temas medioambientales y tener un currículum escolar enriquecido en sus fortalezas; ¿no sería este un mejor modelo de educación, basado en diferentes oportunidades y en recursos dirigidos al desarrollo de su talento? ¿Le podemos negar un modelo como éste?