Por: Anna Bayo
«Ahora que ya soy mayor, me gustaría tener un móvil»
Seguramente muchas conversaciones entre padres e hijos que entran en la adolescencia comienzan de esta manera y giran alrededor de estos utensilios tecnológicos que parecen imprescindibles para muchos jóvenes y no tan jóvenes.
Muchos lo piden como regalo estrella de cumpleaños, y encabeza la lista de Reyes o es una recompensa por el esfuerzo académico. Las excusas son múltiples, pero la demanda es común: necesito un móvil.
Vivimos en una sociedad que lleva a los hombres y a las mujeres a tener la necesidad, que puede pasar a ser dependencia, del smartphone. ¿Pero cuándo se convierte en una verdadera necesidad? ¿Y cómo lo utilizaremos a partir de entonces para que no pase a ser una dependencia?
¿CUÁNDO?
En un momento en que cada vez el uso de las tecnologías comienza de forma más prematura, muchos padres y madres se preguntan cuál es la mejor edad para comprar un teléfono propio a los hijos.
Según el Instituto Nacional de Estadística, 3 de cada 5 niños a partir de los 10 años ya tienen su propio dispositivo.
Sería osado afirmar cuál es el momento o la edad indicada o idónea. Muy a menudo varía en función de las dinámicas y los valores familiares, pero sería importante relacionar el uso del móvil con el momento vital en que los chicos y las chicas empiezan a ser independientes y a tener cierta autonomía del círculo familiar. Por ejemplo, cuando empezamos a darles responsabilidades y hacen cosas por su cuenta, cuando empiezan a volver solos del colegio a casa, cuando pueden empezar a estudiar o hacer los deberes de forma más autónoma…
También debemos tener en cuenta que con el paso de la Primaria a la Secundaria se empieza a tener un grupo de amistades más consolidado y profundo y se inician redes de comunicación extraescolares que generan nuevas formas de relacionarse. Los grupos de Whatsapp entre los compañeros de clase son una realidad que no podemos obviar, y los jóvenes quieren sentirse integrados y comunicados.
Es importante dar valor al hecho de tener este objeto y que los chicos y las chicas lo puedan vincular a cierto grado de madurez personal. Esto puede facilitar la concienciación que tenemos que hacer como padres y educadores para un uso responsable y la reflexión sobre cuáles son las verdaderas necesidades de tener móvil; por ejemplo, poder estar comunicados con los padres en un momento dado o poder contactar e interactuar con los compañeros y amigos, siempre intentando que sea de forma saludable.
¿CÓMO?
Una vez que hemos decidido que es un buen momento para regalar un smartphone debemos trabajar para que el uso sea el adecuado e intentar que la necesidad no derive en dependencia.
Para educar en el uso responsable se podrían establecer pautas o normas que ayudarán a tener cierto control sobre la utilización que hacen los chicos y las chicas del smartphone, como por ejemplo limitar su uso durante el tiempo libre, que durante la noche el teléfono esté apagado o establecer horarios en que el uso sea más restringido, como en el momento de estudio o las horas en que se pasa tiempo en común con la familia, como la hora de la cena, etc.
Pactar límites económicos o llevar un control de gastos con el móvil también nos ayudará en este proceso. Los chicos y las chicas deben ser conscientes de lo que cuesta y el esfuerzo que puede suponer para los padres, para poder dar valor y educar en la responsabilidad.
También debemos tener en cuenta que los padres y los educadores somos en muchas ocasiones modelos de conducta para los adolescentes, y en este caso también debemos procurar dar ejemplos de buen uso. Si no queremos que nuestros hijos no puedan vivir sin estar pegados a la pantalla tenemos que intentar no estarlo tampoco nosotros y respetar los tiempos de uso que les proponemos a ellos.
Es importante no olvidar que el uso de los teléfonos móviles puede conllevar ciertos riesgos. El hecho de que chicos y chicas tan jóvenes estén en contacto con las redes y compartiendo constantemente tanta información personal los puede hacer más vulnerables a sufrir intromisiones o a que se generen malentendidos o conflictos entre ellos.
Deberíamos establecer diálogos de comunicación con los jóvenes. Un uso excesivo o inadecuado puede acarrear problemas de ansiedad, pérdida de rutinas o tiempo de estudio e incluso problemas de sueño. El control paterno y la educación en una correcta utilización serán claves en este proceso, sin olvidar intentar mantener el equilibrio con la privacidad de nuestro hijo/a.