Por: Anna Bayo
Podríamos describir el juego como la actividad más agradable para los niños y las niñas. Es un espacio de descubrimiento y de elaboración de conocimiento y aprendizaje. También es un momento de interacción social, que ayuda a adquirir aspectos culturales propios del grupo social con el que nos relacionamos.
El juego, en gran medida, consiste en investigar, manipular, probar… Muy a menudo, las cosas de la vida cotidiana surgen de un proceso de experimentación previo: bajar las escaleras, coger el vaso de agua, abrocharse los cordones, etc., no dejan de ser los pasos finales de jugar con el descubrimiento del cuerpo.
En otras ocasiones hemos reflexionado sobre las aportaciones pedagógicas que tiene el juego, teniendo en cuenta las necesidades y características de las diferentes etapas evolutivas. En este caso me gustaría hablar sobre su importancia durante los primeros años de vida: el juego libre, autónomo y espontáneo. Se basa sobre todo en la manipulación y la investigación de las capacidades del propio cuerpo, el descubrimiento de objetos, texturas, espacios… Todo sin directrices ni normas establecidas. Podríamos considerarlo como un momento imprescindible para el aprendizaje. Escenificamos episodios reales o imaginarios y de esta manera facilitamos la comprensión de conceptos cotidianos.
Hay muchas cosas que pueden estimular el juego libre:
– Podemos jugar con objetos cotidianos,como cubos, cestas, cojines, telas, pinzas… Son objetos dispares que potencian un juego más creativo, descubriendo texturas, formas y usos desconocidos.
– Los personajes: disfrazarse, crear personajes con pinturas o figuras ayuda a crear diferentes roles y entornos con que experimentar y simbolizar.
– Juegos que facilitan el movimiento, como una bicicleta, un patinete, un trineo…, también permiten el desarrollo motriz y la conciencia del cuerpo.
A menudo los adultos tendemos a dirigir y marcar la actividad libre de los niños, siempre con la buena voluntad de enseñar las cosas importantes, de aportar las ideas más sensatas que faciliten el proceso de aprendizaje. Deberíamos intentar ser conscientes de las ventajas de permitir hacer volar la imaginación y la creatividad. Dejar de ser “expertos en el juego de los niños”. Evitar marcar límites y direcciones. Que creen, imaginen y desarrollen su espacio de juego con materiales inverosímiles. Que las cajas vacías se conviertan en teatros o baúles del tesoro, las mesas y las sillas en cuevas y castillos encantados, las escobas en caballos y las sábanas en capas voladoras… Cuanto menos normas tengamos, más imaginación utilizaremos.
“El niño preferiría ser jugador que espectador,
si las casas fueran más jugables,
si los barrios fueran más jugables,
si las escuelas y las ciudades fueran más jugables.
Nunca es su habitabilidad, agilidad y jugabilidad lo que gobierna la construcción, la estructuración y la decoración del juego.”
Ejercicios de fantasía, Gianni Rodari