Enseñar a los estudiantes conocimientos básicos sobre el potencial del cerebro puede tener un impacto positivo en su motivación, en su esfuerzo y en su consiguiente éxito. En concreto, enseñarles que el aprendizaje cambia la estructura y la función del cerebro puede ser decisivo para construir una creencia más sólida en el valor de trabajar duro para asimilar nuevos conocimientos.
Según indican Wilson y Conyers (2018) en un artículo publicado en la web de la George Lucas Educational Foundation, los profesores que explican este tipo de contenido y que enseñan a entrenar estrategias metacognitivas a sus alumnos reportan un efecto positivo de éstas en las expectativas de sus estudiantes y en la autopercepción de sus habilidades.
Con tal de mejorar los procesos de aprendizaje de cada alumno, es importante que éstos conozcan el funcionamiento del cerebro y cómo las conexiones entre neuronas forman aprendizajes estables a través de los axones y las dendritas. También lo es que sepan que los aprendizajes están interconectados entre sí y funcionan como un engranaje, donde los nuevos conocimientos quedan anclados y parten desde los anteriores. En consecuencia, debemos ser coherentes con la teoría y aplicarlo a la práctica; en las clases se deben conectar los nuevos aprendizajes con conocimientos establecidos que ya se conocen con el fin de darles sentido y facilitar su interiorización. De esta manera, los estudiantes pueden mejorar el proceso de aprendizaje y conseguir ser funcionalmente más inteligentes, pensando en cómo funciona su cerebro y su pensamiento.
Aprender cómo el cerebro aprende nos hace funcionalmente más inteligentes
De acuerdo con Wilson y Conyers (2014), la literatura científica muestra que la instrucción explícita en metacognición puede facilitar el éxito académico.La metacognición es la habilidad de supervisar nuestro propio pensamiento y apoyar el aprendizaje, permitiendo que pensemos activamente en qué estrategias cognitivas pueden ayudar a asimilarlo, cómo aplicar estas estrategias, cómo podemos revisar nuestro progreso y si necesitamos ajustar o modificar nuestro proceso de aprendizaje. Los estudiantes que destacan en estrategias metacognitivas se hacen preguntas como:
¿Cuáles son mis objetivos de aprendizaje?
¿Cómo aprenderé este contenido?
¿Cómo confirmaré si es correcto?
¿Cómo encaja este nuevo contenido en el conocimiento que ya tengo asimilado?
¿Cómo de bien sé este contenido? ¿Puedo aplicar este nuevo conocimientos a otras áreas o situaciones?
Los autores remarcan que, aunque no todos los niños tengan pensamiento metacognitivo de forma natural, todos los estudiantes se pueden beneficiar de aprender cómo y cuándo aplicar el amplio conjunto de estrategias metacognitivas para supervisar y mejorar el proceso de aprendizaje mediante la instrucción explícita y el coaching en metacognición.
Sin embargo, el sistema educativo actual suele dar más importancia a las puntuaciones de tests estandarizados que a la motivación de sus alumnos. Poco a poco, algunas escuelas van dejando de lado la importancia asociada a la memorización para contestar exámenes de múltiple elección para dar paso a la enseñanza de estrategias metacognitivas que permitan aprender a desarrollar pensamiento crítico y estrategias de autocontrol (Tough, 2012; Rieser et al., 2016).
Wilson y Conyers proponen un modelo de cómo incorporar el aprendizaje de estas estrategias dentro de una clase ordinaria, basándose en cinco premisas básicas:
– Enfatizar cómo los estudiantes aprenden y qué es lo que aprenden.
– Compartir los objetivos de los aprendizajes con antelación, guiando a los estudiantes a plantear estrategias para supervisar el progreso durante su adquisición.
– Modelar el propio uso de la metacognición pensando en voz alta; pensar en voz alta nos permite corregir errores que de otra manera podrían pasar desapercibidos.
– Añadir pasos para motivar la autorreflexión en los aprendizajes.
– Conectar las estrategias metacognitivas que se están usando en una asignatura con la educación y las carreras futuras de los estudiantes.
Un sistema educativo en el que los estudiantes son creadores activos de su propio conocimiento, a la vez que aprenden habilidades y estrategias para supervisar y modificar su pensamiento, fomenta la formación de unas bases estables para la motivación por el aprendizaje, una comprensión más profunda del mundo y un pensamiento más eficiente (Wilson & Conyers, 2014; Rieser et al., 2016).