Por: Gemma Tejedor
Durante mucho tiempo, el arte ha estado relacionado directamente con la idea de belleza y de dar placer a los sentidos. En las últimas décadas, sin embargo, esta motivación ha convivido con un creciente interés por dar respuesta a esquemas sociales y a realidades individuales diversas. El arte tiene un componente subjetivo; por lo tanto, su concepto es de difícil consenso. Haciendo un recorrido por las manifestaciones artísticas a lo largo de la historia podemos apreciar una amplia gama de estilos y de disciplinas artísticas. Todos ellos ofrecen algo diferente pero tienen un denominador común indudable: el proceso creativo.
La primera imagen que me viene a la cabeza ante la palabra proceso es una línea con un principio y un fin muy bien delimitados, como quien traza el camino de la casa a la fuente en un mapa. Sin embargo, cuando pienso en la palabra proceso en el campo del aprendizaje o en otros aspectos psicológicos me viene la imagen de una espiral. Construimos nuestro día a día en base a nuestros pensamientos, emociones y acciones. Cada una de estas dimensiones tiene una entidad propia pero está interrelacionada constantemente con otras. Al mismo tiempo, estas dimensiones de carácter personal son proyectadas en el entorno, en contextos diversos y con las relaciones con los demás. Proyectamos en el entorno y nos nutrimos. Siguiendo este planteamiento circular, el proceso creativo tanto puede nacer desde un pensamiento como desde una emoción o de una acción. En cualquier caso, se retroalimentan. He aquí el componente subjetivo del arte, que nos evoca a cuestionarnos qué es arte. Es polémico, pero sin duda el arte es un proceso creativo.
Hay una forma de pensamiento que nos puede ayudar a conocer este proceso. Se trata del pensamiento divergente, también llamado pensamiento lateral o creativo. Este concepto plantea utilizar la mente buscando varias alternativas a los conflictos y ampliando las posibilidades de solución ante los problemas, como quien hace una lluvia de ideas sin censura. El pensamiento divergente es aplicable a muchos campos, no sólo en lo artístico, pero este ilustra muy bien el proceso creativo hasta llegar a un resultado. Sin embargo, no sé ver este camino hacia la creatividad excluyendo el pensamiento convergente o lineal, que nos ayuda a ordenar, discriminar, evaluar y seleccionar entre alternativas. La riqueza del proceso creativo radica en este juego de equilibrios entre estas dos maneras de pensar.
La actividad creativa del cerebro es de gran interés para los neurocientíficos por su estimulación de carácter integral. Al mismo tiempo, el proceso creativo termina recorriendo y estimulando los dos hemisferios del cerebro, creando millones de asociaciones neurales que toman forma cognitiva, emocional, consciente o inconsciente. Este proceso queda en manos de la genética, pero también de las aptitudes y las actitudes que uno puede aprender y entrenar en el día a día. Si esta actividad se ve motorizada por un estímulo potente como puede ser el arte toma más intensidad todavía.
Fijémonos en el caso de la música, y más concretamente en la tarea de improvisar. Esta precisa de este juego de equilibrios entre las dos formas de pensar anteriormente explicadas. Con el fin de improvisar o interpretar de forma espontánea hay que estar atento al ritmo y a la melodía de la música y, entonces, saber discriminar elementos y coordinarlos con el propio dibujo musical. Para llevar a cabo esta tarea hay preparación y entrenamiento. Por un lado, se busca dejar fluir libremente fuera del patrón de la composición, pero también hay que poner en funcionamiento los recursos musicales de forma selectiva, procurando que sea melódico o que tenga una coherencia estética. Esta sincronía de habilidades en la improvisación musical muestra la confluencia de pensamiento divergente y pensamiento convergente en el proceso creativo. Un estudio reciente, The neuroscience of musical improvisation, de Roger. E. Beaty, detecta que los cerebros de los músicos de jazz y los músicos de clásica se activan de diferente manera mientras improvisan. Utilizan estrategias de proceso creativo diferentes. Los músicos de jazz usan más el pensamiento divergente, creativo y espontáneo, y los músicos de clásica, en cambio, improvisan con más control del pensamiento, utilizando más los conocimientos previos.
Cuántas veces nos hemos quedado boquiabiertos mirando un cuadro, se nos pone la piel de gallina en un concierto o nos conmocionamos ante un giro repentino en una obra de teatro. Apreciamos y disfrutamos del resultado de un proceso creativo. Tantas veces también tenemos delante a alumnos, familiares, amigos o compañeros de trabajo en proceso creativo y podemos disfrutar y ser partícipes de él. Tenemos la suerte de vivir proceso y resultado.
Recomendación:
JULIA CAMERON. El camino del artista, para padres. Un libro que acerca ideas para potenciar la creatividad de niños y adolescentes.