Por: Anna Camps
Lo primero que pensamos cuando alguien con dificultades del desarrollo muerde, grita, da patadas, se golpea, tira cosas al suelo, molesta, etc., es que está demostrando “conductas desafiantes” (mal traducido del término que acuñó Emerson, (“challenging behavior”). En definitiva, cuando una persona tiene un tipo de conducta que, por su intensidad, frecuencia o duración puede suponer un riesgo para otras personas u objetos materiales e incluso hacia su propia integridad. Eso, en general, lo convierte en problemática.
Esa visión negativa de la conducta puede que nos lleve a pensar que esa persona lo hace para provocar o molestar, lo que nos genera sentimientos de enfado, irritación y tensión y, por consiguiente, nos hace actuar con gritos, amenazas o castigos.
El apoyo conductual positivo (ACP) pretende que nuestra visión acerca de este tipo de conductas en personas con dificultades del desarrollo cambie.
Hay que partir de la base de que el individuo no busca provocar, desafiar ni causar daños. Si nos ponemos en su piel y buscamos una visión o interpretación positiva de la conducta, pensaremos que no nos entiende, que tiene dificultades de autocontrol o que no puede comunicarnos lo que quiere o necesita y que no tiene otra manera, y todo ello nos generará un sentimiento de empatía y preocupación que, consecuentemente, nos llevará a ayudarlo y apoyarlo.
Los principios en los que se basa la intervención del ACP son: respeto hacia la persona; consenso y coordinación entre todos los profesionales y/o el entorno que intervienen; orientado siempre a mejorar su calidad de vida; la intervención individualizada; aplicable a todos los contextos; compartida entre todas las personas implicadas; que da apoyo emocional y empoderamiento en estrategias de modificación de conducta a los cuidadores de referencia, por el desgaste que puede suponer la educación y el cuidado con retos en su comportamiento, y, por supuesto, desde un abordaje positivo.
Así, el ACP busca formas proactivas de apoyar a la persona modificando el contexto, haciendo que los entornos donde convive sean ambientes de participación activa (implementando uso de SAAC) en los casos necesarios), sin barreras para la comunicación y con estructuras contextuales que potencian la autodeterminación de quien tiene trayectorias de desarrollo diferentes. Tal vez sea la autodeterminación el factor clave que mejora la calidad de vida en personas con trastornos del desarrollo. Eso es, hay que desplegar estrategias educativas para que las personas con dificultades puedan tomar decisiones sobre lo que ocurre en su día a día (qué quiero desayunar, qué ropa me quiero poner…), y que se traduce en el poder de decidir las pequeñas cosas de la vida. Son estas pequeñas-grandes decisiones lo que nos hace sentirnos dueños de nuestra conducta y de nuestro propio destino; por eso, apoyar positivamente las dificultades comportamentales en personas con trastornos del desarrollo pasa obligatoriamente por escuchar su opinión sobre su propia vida.
En definitiva, hay que potenciar este tipo de contextos vitales y educativos en los que las personas crecen y se desarrollan, modificando la conducta y, sobre todo, enseñando nuevas habilidades para que tengan alternativas eficaces, funcionales y adaptativas y puedan lograr sus objetivos vitales de forma adecuada.
Entonces, ¿vamos, por fin, a dejar de ver conductas desafiantes para ver dificultades y poder ayudar de forma proactiva?