Anna Bayo
17.30 h: Salida de la escuela de un día cualquiera. María y Emma llegan a casa comentando los padres el trabajo que les han encargado a la escuela. “Yo tengo una ficha de mates pero la he olvidado en clase”, “Y yo tengo que leer dos capítulos del libro pero no recuerdo bien cuáles son…”. La madre, el padre, desesperados ante la incógnita y la inconcreción de los deberes que hacer, sacan el móvil antes de ponerse las zapatillas. “¿Alguien sabe qué capítulos deben leer los chicos?” “¡Por favor! ¡Necesitamos foto de la ficha de mates!”. Rápidamente una ráfaga de mensajes empieza a inundar las pantallas de los teléfonos dando respuesta inmediata a sus demandas… Mientras tanto, María y Emma siguen terminando la merienda, bien tranquilas, porque los padres de sus compañeros los enviarán en un rato todo lo que necesitan…
Comuniquémonos, pero bien
Vivimos bajo políticas de inmediatez, en un momento donde acceder a lo que no sabemos es fácil y rápido, donde son permitidas las preguntas a horas intempestivas, donde estamos acostumbrados a los dobles tics en azul y a saber la última hora de conexión. WhatsApp se convierte en una de las herramientas más potentes de comunicación entre grupos de todas las edades y de todos los perfiles, y esto llega también a la escuela. Fotografías de los deberes hechos y no hechos, preguntas sobre las páginas concretas, los títulos y los capítulos exactos que deben leer los niños. ¿Alguien sabe qué entra en el examen? ¿Sabéis qué ha pasado a la hora del patio? Conversaciones de este tipo se dan cada tarde en los ya famosos “grupos de WhatsApp de padres”.
Estos surgen con muy buenas intenciones. Pueden ser una herramienta fantástica de contacto y como canal de comunicación entre los padres de los niños con los que nuestros hijos pasan tantas horas en clase. Pero estaremos de acuerdo en que también pueden llegar a convertirse en fuente de conflictos, chismes y en mecanismos de excesivo control de lo que hacen los niños y adolescentes en la escuela. Sin quererlo nos convertimos en una gran red de protección que puede tener sus efectos contraproducentes cuando nuestros niños se relajan de ser conscientes de sus trabajos y del aprendizaje del uso de la agenda, con un pensamiento tan simple como: “No pasa nada si lo olvido, mis padres se lo preguntarán a alguien…”.
El peligro no es la herramienta, sino el uso que hacemos de ella
Podemos utilizar la herramienta de forma constructiva y positiva. Utilizamos el sentido común y recordamos los propósitos que nos llevan a crear estos canales de comunicación.
¿Cuántos de nosotros nos sentimos identificados con la historia del principio? ¿Cuántos hemos vivido situaciones similares? ¿Qué conseguimos siendo “agendas” o “ayudantes particulares”?
-Niños que no asumen las responsabilidades que les corresponden por la edad.
-Niños con miedo de actuar sin supervisión y aprobación.
-Niños que centran el pensamiento en “otras cosas” porque “mis padres ya me sacarán las castañas del fuego”.
-Niños que siempre esperan instrucciones para empezar a actuar, disminuyendo su capacidad proactiva.
A menudo nos sentimos malos padres y madres si no ayudamos a los hijos a evitar las “consecuencias” de sus equivocaciones o de sus olvidos. Los niños están aprendiendo y necesitan saber cómo manejar su frustración. No supervisar todo lo que hacen o no ofrecerles ayuda de forma inmediata y constante cuando hacen los deberes no es un comportamiento irresponsable. Tiene que ver con el empoderamiento de los hijos y el hecho de transmitirles la seguridad de que sabemos que ellos pueden tomar decisiones, pueden hacer las cosas por sí solos. No anticiparnos ayudará a fortalecer su autonomía y a educar la responsabilidad.
Si nos olvidamos de apuntar un examen en la agenda quizás lo suspenderemos, como ha ocurrido siempre. Si olvidamos de comprar el material para hacer un experimento en el laboratorio tendremos que observarlo o hacerlo con el compañero. Las consecuencias, si son justas y equilibradas, ayudarán a los niños a tomar conciencia y responsabilidad en el futuro. Intentamos devolver a la esencia de que “familia-escuela” deben ir unidos y apoyarse. Respetar los tiempos, tolerar los errores y utilizar los canales de comunicación, aunque nuevos y modernizados, sin invadir ni anticipar las respuestas y las ayudas.
¿Seremos capaces de “silenciarnos”?