Por: Anna Bayo
El hermano mayor. El primero en llegar a casa. El ojo derecho de la madre o la princesa del padre.
El niño que recibe los cuidados de los padres y los abuelos en exclusividad, que abre todos los regalos del día de Reyes y que cuando está enfermo paraliza el ritmo familiar.
El protagonista absoluto de las fiestas familiares, de las obras de teatro de la escuela. El rey de las fotografías enmarcadas en el comedor que recuerdan los momentos más importantes y trascendentes de la familia.
El integrante predilecto de la familia debe entender que ya no estará nunca más solo: llega un hermanito.
“¿Y cuál es el rol que me toca ahora?”, seguramente se preguntará este niño. “¿Tendré que compartir la habitación? ¿Y los juguetes? ¿Y el tiempo con los padres?”.
El hermano mayor se llena de dudas que tenemos que ir ayudando a resolver con amor y paciencia. Debemos ayudarle a entender que el nuevo hermanito formará parte del proyecto familiar y tendrá un papel único y diferente en la familia.
Mientras estamos esperando…
Es importante ir explicando los cambios que vivirá la familia desde el principio, que sepa las novedades y cómo va creciendo dentro de la barriga de la madre. Hacerlo participar en la elección del nombre o que opine sobre cómo organizar la habitación que probablemente tendrán que compartir en el futuro le puede ayudar a sentirse integrado en esta nueva situación.
También en este momento es bueno hablar con él sobre lo que siente y que aprenda a identificar sus emociones. No debemos intentar prever cómo se comportará el hermano mayor con la llegada del nuevo miembro de la familia. Esto depende del temperamento individual: hay niños que se muestran fascinados o curiosos, otros que serán más dependientes de la atención de los padres o que sentirán celos por las atenciones hacia el bebé.
En todo momento debemos intentar transmitir la idea de que “ganamos” un hermano, un compañero de aventuras, un coprotagonista que nunca le restará importancia, sino que sumará vivencias y experiencias.
Y una vez ya está aquí…
Cuando llega el momento, la llegada a casa del hermano pequeño, es cuando hay que trabajar para crear un clima de armonía entre todos.
Es bueno que el hermano mayor aprenda a cuidar del hermano menor, enseñarle cómo cogerlo, cómo lavarlo o cómo jugar con él, empoderarlo para que ayude en casa, darle “tareas especiales” que lo hagan sentir capaz, responsable y participativo.
Sin embargo, también es bueno procurar respetar espacios y tiempos de “exclusividad”, intentar mantener sus horarios y seguir haciendo cosas sólo con él, actividades que hasta ahora ha disfrutado de forma individual, como la hora del baño o la hora de acostarse.
No debemos exigir al hermano mayor que sea siempre un buen ejemplo de conducta, que sea excesivamente comprensivo o que ceda a todas las demandas del pequeño sólo porque no llore o no se enfade. Se pueden establecer reglas sobre el uso de los juguetes y los tiempos propios de cada uno. También podemos mantener el concepto de “propiedad privada” con algunas cosas: esto es mío y esto es tuyo, y si me pides permiso podemos compartirlo y puedo decidir dejártelo. Así procuramos y promovemos el respeto, la comunicación y el juego armonioso entre ellos.
Cada niño es diferente y tiene necesidades, gustos, intereses y vive etapas propias que lo distinguen del hermano o de la hermana. No debe haber lugar para las comparaciones.
Es fundamental aceptar esta diversidad dentro de la familia y atender a los requerimientos propios, sin marcar importancia de unos u otros.
Formar y ampliar una familia es un reto y un camino lleno de cambios, tropiezos y al mismo tiempo aprendizajes, aventuras íntimas que quedan dentro de casa que nos llevarán a tener una relación de hermanos unidos, cercanos y cómplices.